Desandando lo nunca andado

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¿Quién iba a pensar, hace cuatro años atrás que esos días, con los mismos números de hoy serían los últimos?...Quizá si no hubiéramos estado tan ciegos, si el diario andar no nos embobeciera la mirada, ni nos impidiera ver lo grandioso de lo sencillo…si no estuviéramos tan seguros de la vida, la muerte no nos sorprendería.

No nos dimos cuenta que a pesar de la presión diaria, de la gran tristeza que llevabas en el alma, una tristeza sin nombre, una tristeza igualita a la que todos cargamos sin saber de donde la heredamos, pero que de vez en vez, cuando nos encuentra la noche o el silencio, nos duele…a pesar de ella sonreías…y te levantaste un 12 de noviembre, fuiste a trabajar, regresaste cansadísima y aún así dijiste: “vámonos al Bingo”…sí, sorprendiste a papá y a mis hermanos, pero te fuiste con todos ellos, comieron en un Restaurante, pasearon, gastaron, como si no hubiera deudas, cobradores o necesidades de ahorro…como en los viejos tiempos.

El 13 fue similar…alegría, abrazos, risas, muchas risas, como si te esforzaras en que el humor impregnara las paredes de nuestra memoria, o de la memoria de ellos, porque a mi me gano la distancia, la “responsabilidad” hacia una “misión” idealista, en la que por salvar el mundo, dejamos de salvar nuestra alma. Yo quise llamarte, llamarte una y otra vez, como cada día de estos años que he vivido lejos, pero no era la fecha, pero la economía me marcaba que el permiso de llamada era cada 15 días, ni uno más, ni uno menos…y eso era parte de mis “renuncias por el Reino”, por eso no llame, por eso cada vez que tenía miedo o estaba feliz lo escribía en mi diario, como si el tuviera la magia de llegar a ti, o quizá frente a la fantasía recurrente de que mi muerte llegaría primero y tu tendrías atrapada en ese diario, la clara idea de cuanto te quiero.

Llegó el 14, un simple dolor de cabeza, un día de trabajo normal…regreso a casa, una conversación a medias con papá, dejándote cuidar por él. Él se marcha al lavadero, y te quedas sola, junto al más pequeño de tus hijos, te quedas sola junto al que más protegías…siempre me pregunto porque fue con él, con el más pequeño, y no puedo evitar volver a la Cruz y recordar que sólo el más joven de los discípulos soportó el dolor de ver morir a su Amado en la Cruz…quizá sea por eso, quizá sea porque, aunque estoy segura de que lo intuías, no pensaste que sería tan rápido.

Te serviste una copa de vino, como siempre a esa misma hora…era tu forma de “aflojar la corbata”, preguntaste por su tarea y el llenándote de palabras estudiantiles, te vio caer…y yo seguía lejos…lejos tras mis sueños de misión”.

Cuando papá llego ya estabas fría, y por más que lo intentó, tu esencia se fue muy rápido, no nos dejó hacer nada. Como todo en ti, hasta la muerte la encaraste al todo o nada, y te nos fuiste.

Aneurisma…eso me dijeron al teléfono, “ven pronto, corre, esta muy mal mamá”. Un avión, otro avión…y un cajón oscuro, con un cuerpo extraño esperándome en la madrugada del 15 de noviembre.

Y yo no te llame, yo no te llamé ni te dije cuanto te quería, por esa maldita costumbre de creer que siempre hay tiempo…por esa seguridad de que “de seguro ya lo sabe”…no llamé porque habían prioridades económicas…porque los te quiero se dicen en la infancia…no llamé porque creí que siempre habría un día más….y no lo hubo.

Y ya se acerca el 4º año de silencios, de mirarme al espejo y pelear con esa imagen que envejece y amenaza con ser mayor que tú...y a veces no sé si mis enojos son por ti o por mí, si ahora lo que persigo son mis sueños o las deudas que la vida me dejo contigo…ahora tengo miedo cada vez que suena el teléfono…y me levanto varias veces en algunas madrugadas, tomo el teléfono y busco un numero amado para solo decirle “te quiero”.

Que pena que no te lo dije…que pena que no te llamé.