365 días después

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Este cuarto fue mi espacio sagrado durante casi un año. Hoy parece un ataúd abandonado. En unos minutos armé mi maleta, tire dentro de ella las pocas cosas que me pertenecían. No era la primera vez que armaba maletas, pero esta vez, no había nada que dejar. Busqué mi cajita de ahorros, 200 pesos eran todo mi haber. 200 de los 500 que había recibido para mi cumpleaños. 200 que aún no había gastado porque los guardaba para una ocasión especial, algún helado, algún libro, alguna entrada de cine. 200 pesos que hoy alcanzaban exactamente para pagar el boleto de autobús y escapar de allí. No sé si escapar era la palabra correcta, no se puede escapar de un lugar donde ya no te quieren. Más bien, asumía la invitación a partir; de la forma más violenta, de la forma más inexplicable…de la forma más parecida a mí.
Las hermanas esperaban para comer, era día de fiesta en la Comunidad. Ninguna comprendió mi desfile por el corredor, mi maleta en mano, mi tomar el teléfono comunitario sin pedir permiso y marcar a ese amigo que llevaba años sin hablar, por la simple razón que su mundo me recordaba todo lo que había dejado por ingresar al convento.
-          Sal ya de ahí!, ven a casa y luego hablamos
Era mi amigo. Le basto escuchar mi voz para entender que nada podía explicar, que necesitaba un lugar donde llegar.
El viaje en autobús fue como asistir al velatorio del ser amado. Afuera llovía tanto como dentro de mí. Apoyé mi cabeza en la ventana, y tan solo observé como la lluvia batía con su rabia las hojas de las palmas. Vi el mar pelear contra las rocas que querían detenerlo. Vi mi figura de pie en esas rocas dejándose llevar. Si, esa es la imagen más clara de este instante. Toda mi vida dejándose llevar por la atronadora sentencia que salió de los labios de una persona amada: No tienes vocación, no eres feliz aquí.
365 días después, sólo queda esta foto, un Si en el vacío, y la misma interrogante que me llevo a “hacer maletas” la primera vez.