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Diálogos con mi madre

La casa esta repleta de adultos que no te recuerdan
que olvidaron la amplitud de tu regazo
y corren tras agitadas agendas
que les recuerdan a diario que están vivos.

Sentirías vergüenza si vieras en lo que nos hemos convertido.

Aquellos que se reunían alrededor del árbol navideño
viéndote danzar entre serpentinas y luces de colores,
hoy no pueden sostenerse la mirada
y asumen culpas de una orfandad que nada tuvo que ver con sus manos.

Pero sabes?
no tenemos la culpa...
No pueden señalarnos por haber aletargado los años
en esta estampa terrible de tu ausencia.

No,
no pueden acusarnos de no querer lavar las sábanas,
de evitar bajar el ruedo al pantalón,
de llorar al ver destrozarse un adorno en el suelo,
de mantener cerrado tu frasco de perfume.

No,
no pueden acusarnos de pelear con la muerte
al querer retener los últimos resquicios que nos hablan de vida.

Ella,
Muerte infame...
Ella ha decidido arrebatarnos todo.

Los mates mañaneros,
la sopita de los días vagos...
Sandro y el papel en el suelo,
y la repetida letanía a la hora de la plancha.

El jazmín que no podíamos cortar,
el living comedor impecable,
las manos desgastadas de oficios
la propina a la hora del masaje.

Dime como hacemos para buscar nuevo rumbos
Si se ha deshojado el árbol,
Si ya no tenemos nido.

No,
No son blasfemias las que grito al cielo,
sólo es toda esta impotencia
estos mil insultos, estas mil preguntas
este dolor entrañable por un adiós que nos fue negado.

¿Qué dices madre?
¿Qué debía ser así?
¿Qué son los tiempos de Dios?

Decidiste dormir o te durmieron
ya no sé...
pero aquí estamos los cuatro sin entender,
los cuatro sin querer quebrar en el abrazo ,
porque parece que el rencor hace que duela menos.

Y estamos solos...
Nosotros y un padre que se sintió obligado a la vida
sólo porque seguimos estando aquí.

Madre,
¿Por qué no éstas aquí?...

Ven,
hazle trampa a la muerte y una vez más
abofetea mis rebeldías,
hurga en mi diario a ver que nuevo amor roba mis sueños,
pídeme que ponga a calentar el agua para bebernos un último mate.

Regálame ese instante para contarte mil cosas,
mostrarte mis versos,
para abrirme las venas y que leas en ellas los nombres amados
y que veas la mujer en la que me he convertido.

Un instante madre
sólo un instante a la muerte...
y luego te vas,
y la abrazas en su eternidad negra y egoísta...

Pero antes,
antes otórgame el derecho a ese último abrazo...
No diré mucho
sólo que estas letras tuyas me duelen porque te quiero
y toda la magia poética se me pierde en la impotencia de no alcanzarte...

Madre...
no tenemos la culpa de no vivir
de no construir más días...
Debes entender el miedo que nos devora ante cada nuevo año...

¿Que pasará cuando me mire al espejo
y vea en mi rostro los años que tú no has vivido?

No Madre,
no me pidas que siga creciendo,
no pidas que deje que el tiempo robe tu perfume de los armarios.

Madre,
¿tienes vergüenza de ver en lo que nos hemos convertido?