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“Creí que el tiempo serviría para tapar los espacios
que se habían abierto entre nosotros.
Y así, dejé pasar uno, dos, tres años a tu lado,
pero en vano, tú sigues estando a la misma distancia
que hace tiempo atrás”.

Tan sólo se miraban, está sería la última vez que tendrían la libertad
para hacerlo. Ya no volvería a existir ese espacio privado donde podían ser.

Ella, sentada en el sofá, con sus ojos fijos en los labios que tantas veces beso
y que ahora se desvanecían en un pacto de coherencias.

Él, al borde de la cama, sosteniendo en sus rodillas el peso de la culpa.

Se miraban, y el alma se les deshacía, el adiós era inminente. Lo sabían, lo planearon, pero no
fue suficiente despedida esa danza corporal que acababan de vivir.

Ella decidió que era tiempo, lo cito donde costumbre, anunció que esta sería la última vez,
y así la vivieron.

Se destrozaron, comieron sus cuerpos queriendo aferrarse a todo lo amado.
Gastaron las sábanas e hicieron del sudor el paisaje común.
Se apretaron, se estrujaron, se tocaron, todo como la primera vez...con la ansiedad de quién tiene en sus manos el objeto deseado y desconocido, con la certeza de que no será eterno. Gastaron los minutos que hicieron las horas de ese turno pagado por anticipado. Bebieron de sus cuerpos, pero no lograron apagar su sed.

Él, por primera vez la estaba viendo. Era una mujer, era esa mujer que debió ser un recreo,
un pasatiempo para matar la rutina, y ahora, ¿por qué le dolía este adiós?, ¿por qué no
quería dejarla ir?...

Tan sólo se miraban a distancia, y en esos segundos de silencio les pesó el tiempo.

Ya vestidos, listos para partir, él decidió hablar.

-¿Cómo hago para que no me dejes?
- Lo sabes, sólo pídemelo
- No puedo hacerlo, no puedo condenarte a vivir arrimada a mi egoísmo.
No puedo hacerte esto....lo deseo, lo deseo con todo el alma....si hubieran sido otros tiempos...
si no hubieras llegado tan tarde...no puedo, no...no puedo pedirte eso...

Ella no podía creerlo, pensó que este punto final serviría de presión para que él al fin hablara, pero ya era tarde, ya se alejaban los cuerpos y nada. Si cedía ahora, si lo convencía de seguir, nuevamente sería ella la que ruega, espera, acepta, comprende...y ya no podía seguir así....esta vez debía ser el quién dejará hablar a la entrañas.

- Pues marchémonos entonces, ya no hay nada que hacer aquí

Salieron, el abrió la puerta del carro y ella echó una última mirada a ese cuarto que tantas veces había cobijado esta mentira.

Tan sólo quedaba el desorden, las sábanas regadas en el suelo, dos toallas mojadas...solo huellas de lo que fue una hoguera.

Las bocinas de los otros carros, la música de los bares, el candente brillo solar, todo los abordaba, pero no logro romperse el silencio. Llegaron a la parada, él dijo adiós y ella escondió en un fuerte abrazo una lágrima que no supo cumplir con el pacto del no llorar.