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Dialogo contra el castigo

La soledad enquisto los versos en esta mañana
donde el gorjear de las aves no es más que la risa cruel
de un Dios que duerme ante mis llagas.

Creí haber pagado la cuota de dolor
en una infancia que no tuvo espacios en los carruseles,
pero parece que esta vida se empecina
en negarme el derecho a disfrutar de los jazmines.

¿Es que mis pies han herido el Edén
o el fruto prohibido ha dormido en mis labios?
¿Acaso cargo los pecados de un pasado ajeno
o es realmente la vida un dramático circo?

Ya no basta el cristiano consuelo
donde padecer es abonar nuestro espacio en la eternidad.
Se despliega ante mis ojos el paraíso prometido
y me condenan a ser espectadora de mis propios sueños.

Mendigo el derecho a una muerte que sólo visita a los que amo,
envidio los huesos que descansan en paz.

Siento pena por la mujer que ha sepultado a la niña
para dormir con la luz apagada.
Mujer que ha liberado los fantasmas impúberes
para soñar con el complemento del amor.

Siento pena por la mujer que admire,
que decidió hacer bandera de una libertad ganada
y sigue siendo prisionera de la misteriosa economía de la salvación.

No,
no es la soledad lo que me duele
sino la sensación de ser burlada por Dios.