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I
Había sido una mañana de arduo trabajo para José, añoraba llegar a su casa, almorzar, dormir su siesta, y así recuperar fuerzas para seguir por la tarde.
Ya junto a sus niños y su esposa, se dispusieron a comer. Realizaron la bendición de la mesa, y saborearon su bandera dominicana.
Papá, ¿por qué esta comida se llama así? – preguntó uno de los niños
¡Cuéntanos, cuéntanos! – dijo el otro
El padre, resignado ante la insistencia de los niños, comenzó con su historia, sabiendo que ésta, le robaría algunos minutos de su sagrada siesta.

II
Todo comenzó con dos niños, David y Moisés...
Hasta mañana niños, vayan directo a sus casas, y que tengan un feliz almuerzo – despedía la maestra a cada uno de sus muchachitos
Los hermanos David y Moisés caminaban hacia su casa, el primero con paso ligero, dejando a Moisés un poco atrás.
¿Por qué corres David?, vete al paso, que no hay apuro por llegar – formulaba Moisés
¿Qué no hay apuro?, mi estómago tiene apuro, tengo un hambre de mil días, espero que la abuela tenga algo bueno para comer – voceaba David
¿Algo bueno?, si siempre es lo mismo, lunes arroz, martes habichuela, miércoles carne, y así sucesivamente; hablas como si la abuela Bienve alguna vez nos hubiera sorprendido con un plato nuevo. Ya sabes que en toda esta isla siempre se come lo mismo, así lo establecieron desde el descubrimiento – exclamaba Moisés
No me importa, algún día nos va a sorprender, vas a ver, sé que algún día nos dará una sorpresa – gritaba David mientras aceleraba su paso hacia el hogar

Una vez en la casa, se sentaron junto a la mesa, y allí estaba la abuela, con un gran plato de habichuelas, como había adelantado Moisés.
Si, ya se, tenias razón, pero bueno, algún día podrá ser distinto – protestaba David, ante el gesto triunfal de su hermano
Terminaron de comer, levantaron los trastes sucios de la mesa y ayudaron a la abuela a lavar todo.

III
Dieron las dos de la tarde, el reloj marcaba la hora obligada para la siesta.
En Santana, al igual que en todos los pueblos del este, luego de la faena de todas las mañanas, el ordeñe, la cosecha, el riego, los calderos; la vida se toma un espacio de reposo.

Como todas las tardes, la abuela, y sus nietos, se prepararon a tomar su acostumbrada siesta. Los niños se acostaron en sus camas, y Doña Bienve busco su mecedora preferida, esa que tantas veces pensó botar, pero que el cariño y las historias escondidas en cada raspón le impedían hacerlo.
Una brisa suave corría por las galerías de la casa, que junto al melódico trinar de las aves, completaban el espacio ideal para entregarse al descanso bien ganado.

Todo era calma y quietud, la creación parecía estar paralizada; De repente, un extraño grito levantó a Doña Bienve. En un rápido movimiento logró colocarse el calzado y salió a recorrer las inmediaciones.
¿Qué fue ese grito? – se preguntaba una y otra vez, sin poder hallar respuesta. Parecía que todo seguía en perfecto orden. Se dirigió al cuarto de sus nietos, y allí estaban, los dos sumidos en un profundo sueño. Los miro detenidamente, beso sus frentes y regreso a su mecedora.

Pasaron pocos segundos para que pudiera recobrar el sueño, cuando otra vez se oyó un grito, esta vez más fino, como de una mujer.
Un nuevo salto, otra recorrida por la casa, y nada, todo seguía en su lugar. Recorrió dos o tres veces las galerías, salió campo adentro intentando divisar la casa de sus vecinos; pero nada, todo el pueblo seguía dormido.
Será mi cabeza, tanto bordado me está haciendo daño – Se convencía a sí misma de que su imaginación le estaba jugando una pequeña broma

Por tercera vez, doña Bienve decidió tomarse su merecida siesta. No llego a cerrar los ojos cuando nuevamente se escucho un grito, esta vez acompañado de golpes de cacharros, portazos y quejas.
No puede ser, esto no es mi imaginación – Protestaba mientras volvía a ponerse su calzado – aquí está ocurriendo algo raro
Salió nuevamente al campo y nada. Recorrió las galerías, calma total. Subió al cuarto de los niños, seguían en la misma posición que los había dejado. Revisó cada cuarto de la casa, reviso el baño, la sala, y cuando estaba por ingresar a la cocina, oyó un nuevo grito.
Está allí, en la cocina – dijo en voz bien baja, para sorprender al bandido. Cogió un bate de los niños y abrió lentamente la puerta de la cocina; al entrar, todo seguía en su sitio, no había signos de alguna visita inesperada.
Nuevamente se escucho un ruido, éste provenía de la alacena – debe ser una rata – pensó, así que abrió lentamente la puerta del mueble y quedó atónita ante lo que vio.

Los vecinos acudieron a la casa al oír los gritos de doña Bienve, al igual que sus dos nietos. Nadie podía tranquilizarla, le dieron agua, la abanicaron, hasta que al fin lograron que tomara aire y les contara lo que había pasado.
Todos escuchaban atentamente su relato, pero antes de concluir, estallaron de la risa.
Se ha vuelto loca – sentenciaban algunos
Quiere reírse de nosotros - murmuraban otros
Esta loca, sabía que pasaría eso, es que tantas horas bajo el sol bordando quien sabe que cantidad de disparates – se atrevía a profesar el más anciano de todos
Uno a uno fueron retirándose, dejando a Doña Bienve sola; delante de ella sólo quedaron sus dos nietos mirándola con los ojos bien abiertos, sin decir palabra. Se alejaron ellos también, dejando a solas a Doña Bienve, que sumida en lágrimas, no dejaba de repetir una y otra vez lo que había ocurrido.

Pasaron los días, los vecinos ya habían olvidado a Doña Bienve y su historia, nuevos chismes los entretenían.

IV
Dieron las doce de un viernes, David y Moisés marcharon hacia su casa, y como todos los días, David albergaba la ilusión de una sorpresa. Llegaron a la puerta, la abrieron de un empujón y algo les extraño. Era viernes, debía oler a habichuela, sin embargo, el ambiente estaba impregnado de un sazón asombroso, algo desconocido para ellos, pero exquisito.
Corrieron a la cocina, se ubicaron en sus sitios de siempre, y allí estaba Doña Bienve, con un plato fantástico para cada niño.
Sonreía David complacido, al probar el primer bocado, dirigiendo una mirada triunfal a su hermano.
Ya sé, tenías razón, siempre hay lugar para una sorpresa – Murmuraba Moisés y saboreaba feliz este nuevo plato, al que llamaron Bandera Dominicana

V
Papá, el cuento es muy bueno, pero...¿Qué es lo que vio doña Bienve? – preguntaba el mas pequeño de los niños
Si papá, ¡cuéntanos!, ¡Dinos que vio! – insistían los muchachitos
Esta bien, se los voy a contar, de la misma forma que la abuela se lo contó a sus vecinos, pero espero que no se burlen como lo hicieron ellos – concluyó el papá

VI
Cierto día en mi alacena, estalló gran alboroto, me acerque sigilosa a escuchar esas extrañas voces – comenzó Doña Bienve – Era como si yo no estuviera allí, todos los elementos de mi alacena, habían cobrado vida, y sostenían en siguiente diálogo

¿De donde vendrían esos ruidos? – Preguntó Doña Sardina

¡Silencio! – Gritó el Salero – Don arroz duerme en el caldero

¡Ya es tarde! – Protestó el arroz – Se me ha pasado el concón

Doña leche cultivada, ¿Acaso es usted quien grita? – Preguntaba la Sardina, perfumada y muy curiosa

No Señora, se equivoca, no soy yo la que protesta, vaya allí, con mi vecina, la

habichuela y sus hermanas - contestó Doña Cultivada

Y allí fue Doña Sardina, al final de la alacena. Entre tímida y curiosa, se acercó a la

residencia.

Yo me mudo – gritó una – esto ya no se tolera

No te vayas – voceó la segunda – hablando todo se arregla

¿Qué ocurre? – preguntó Doña Sardina

Es que mi hermana – Dijo La Habichuela – Cada día esta más gorda, y esa lata tan

estrecha, ya no cobija, sino que ahoga


No tardo ni dos minutos, en correr la gran noticia: “¡Se cansó doña habichuela, de compartir su latita!”.

Toda la cocina preocupada, realizo una reunión, que entre gritos y opiniones, no llegó a solución.


¿Y el arroz? – Dijo la leche – Él no vino a la reunión

Fueron todos a buscarlo en su caldero mansión.

Y allí estaba Don Arroz, de gran fiesta en su mansión, con él bailaban juntas, las hermanas Habichuelas.

¿Qué pasó con su pelea? – Pregunto Doña Sardina

Juntas crecimos en esa lata, pero hoy tenemos nueva casa – cantaron todas las

hermanas.

Así es – Dijo Don Carne, que ya estaba unido al baile.

VI
Y esa es toda la historia – concluyó el padre
¿y es cierto eso? – preguntó uno de los hijos
Papá, no nos mientas, eso es todo un invento – sentenció el otro
¿Si es verdad?, no lo sé, sólo sé que el primer plato de arroz, habichuela y carne, lo comió mi abuelo Moisés – concluyo el padre, y se dirigió a dormir su siesta
Los niños lo acompañaron, dejando dormir en la cocina, los restos de lo que había sido un gran almuerzo: arroz, habichuela y carne guisada.

Y así pasaron los años, y jamás se ha vuelto a ver, un arroz blanco solitario, ni
una habichuela lejos de él; cada tanto con Don Carne se juntan para ser “La Bandera
Dominicana” que en toda mesa se deja ver.