El mundo Blogs...espacio de grandes descubrimientos

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Estoy convencida de que el mundo de los blogs es un mundo maravilloso, que por medio de ellos tenemos la posibilidad de decir y mostrar al mundo, a nuestros amigos...o simplemente como espejo para nosotros mismos, todas aquellas cosas que nos han sido dichas, que nos gritan desde adentro, o que vienen de afuera pero han tenido el don de conmovernos. En estas semanas, he leído en uno de estos blogs el ensayo: Aristóteles o la precisión semántica: apuntes a la pasión del que nombra, escrito por mi querido amigo Alejandro Arvelo.

En este ensayo esta muy bien definida la importancia del uso razón antes del decir...y de el BUEN DECIR, antes de la violación al lenguaje...pero creo que el ensayo lo explicará mejor que yo...aqui les dejo la primera parte y pueden continuar leyendolo en su blog: filosofía, silencios y argumentación jurídica
El imperativo de precisión, ¿un requerimiento tácito para filosofar?


La pretensión de llevar claridad a nuestros semejantes hace que, con frecuencia, encontremos la propia. El propósito último de todo discurso es introducir un cierto orden en el rimero de percepciones mediante las cuales el mundo se nos hace patente y en el conjunto de posibilidades que el entendimiento suele adicionarles. La búsqueda del modo apropiado de expresarse en cada caso aprovecha al conocimiento y a la sabiduría, e implica al propio tiempo una cierta visión del hombre, un cierto ideal de humanidad. Si están claras las nociones que sirven de marco a las actuaciones de pueblos e individuos, son mayores las probabilidades de que la prudencia, la rectitud y la responsabilidad establezcan sus reales en la tierra.

El ámbito por excelencia de la propiedad y la distinción en el uso de la lengua es la escritura. Al escribir, las ideas se depuran y organizan al compás de las necesidades intrínsecas del discurso. Una suerte de auto-exigencia de comprensión se apodera al pronto de todo aquel que se dispone a llevar al papel sus puntos de vista. La escritura constituye un excelente recurso al servicio del arte de pensar con rigor y fruto. Es una sutil invitación a volver una y otra vez sobre lo planteado, a re-pensarlo, a ponerlo en entredicho y a meditar con detenimiento en cada una de sus derivaciones potenciales. La duda respecto al uso apropiado de un vocablo o una expresión, que en la conversación a duras penas movería la atención de los interlocutores, al escribir, es de lo más corriente. Escribir deviene, de esta suerte, en una sugerencia que a cada instante se renueva de hacer uso con carácter de permanencia de obras lexicográficas de diversa índole.

La consulta de glosarios especializados, diccionarios y enciclopedias tiende, como por naturaleza, a ampliar las fronteras espirituales de quien compone una obra o un ensayo, y, en esa misma medida, depura su conciencia de ser, sistematiza su idea del mundo y amplía el horizonte vital de sí mismo y de cada uno de sus lectores. El buen lector, por su parte, es aquel que devela los senderos que para hacer su obra hubo de recorrer el autor; aquel que de la mano de éste, los anda y desanda con atención hasta apropiárselos. Su deber primordial es situarse al nivel de la fuente; su propósito supremo, emularla.La reflexión emerge de la lectura y la escritura con espontaneidad de manantial. Toda obra es, en el fondo, un entramado de ideas en armónica interacción. La adopción de la precisión terminológica como recurso al servicio de la escritura y de la lectura aumenta los niveles de destreza analítica, la sensibilidad hacia los matices. En suma, nos convierte en espíritus cada vez más sutiles, profundos y comprehensivos.El sistema filosófico de Aristóteles puede ser visto como el punto de llegada de un tenaz esfuerzo de precisión terminológica. Muchos de sus libros, semejan vastos tapices de sintagmas y de palabras anudados por el sentido de totalidad que los anima y por una cantidad indeterminada de semejanzas, diferencias, caracterizaciones, divisiones, clasificaciones, jerarquías y definiciones, teóricas u operacionales. El análisis, la interrelación dinámica de los predicables y de las categorías, en cada uno de los dominios a que aplicó su entendimiento, son los elementos cardinales de la estructura lógica de su quehacer intelectual. Exceptuando La Política, la Poética, y el conjunto de tratados breves que a través del tiempo han sido reunidos bajo el nombre común de Parva naturalia, la obra filosófica de este pensador de la antigüedad clásica es, podría decirse, un diccionario de notable alcance hábilmente concatenado por la intención de elaborar un sistema de mundo, es decir, de cuanto puede ser conocido por el hombre.

La tarea de un autor científico o filosófico consiste en buena medida en delimitar y relacionar ideas y conceptos de manera creativa. El trabajo intelectual es inseparable de la delimitación rigurosa de grados, propiedades e identidades. El solo hecho de detenerse un pensador, así sea por un instante, a la caza de la palabra apropiada para exponer una idea, ante un diccionario ideológico, de sinónimos o de etimologías, o ante la catedral de su propio mundo interior, de suyo constituye un acto propicio a la actividad de pensar de manera crítica y creativa. De ese modo, sus lectores potenciales se enriquecen, pues su capacidad para la percepción de detalles se ensancha y su entendimiento se refina ostensiblemente. De la mano de la pasión por el lenguaje, lectores y escritores aprenden a vivir la vida en un plano más alto, a entender el mundo y sus problemas, a ellos mismos y a los demás, desde una perspectiva cada vez más abarcante.

Las nociones, que no las cosas mismas, constituyen el insumo por excelencia sobre el que actúa la humana inteligencia. Así también lo entendió el más aventajado de los alumnos de la Academia platónica. El idioma es, para él, un instrumento al servicio de la expresión de los hallazgos, aprehensiones o resultados de la faena de la razón. Una de las constantes básicas de su itinerario intelectual fue, justamente, llevar a su lengua toda la claridad y la distinción de que un entendimiento bien entrenado es capaz. A cada paso se le descubre empeñado en hallar la palabra con la cual comunicar con la mayor exactitud posible las intuiciones y tendencias ontológicas por él entrevistas; o ensayando una definición que disminuir pudiera la distancia de sentido entre el autor y sus lectores, entre el maestro y los discípulos.Aristóteles es, en este sentido, un ejemplo que toda persona que se precie de ser un pensador ha de tomar en cuenta. Su modo de proceder se identifica, en efecto, con una de las constantes fundamentales de la filosofía; a saber, la búsqueda sin ambages y la expresión, sin dobleces ni medias tintas, de lo que las cosas son y de lo que tienen que ser. La pasión de Sócrates por llegar a saber qué es la sabiduría, qué es la muerte o qué es un juez (Apología de Sócrates, 1984: 24, 29-32, 39, 48, 55); o el deseo ferviente de Platón por averiguar el significado de palabras tan importantes para el futuro de la polis como la de justicia, entre muchísimas otras (La República o el Estado, 1987: 65, 100); el cuidado con que Descartes define los principales vocablos y expresiones de que se sirve, como buen sentido o razón, claridad y distinción (1966: 19, 140, 167), y la meticulosidad con que Kant procede incluso en un texto elemental como “¿Qué es la ilustración?”, donde comienza por aclarar el sentido que en su obra adoptan vocablos en apariencia tan al uso para la época, como ilustración, culpabilidad e imposibilidad (1978: 25), tienen como marco de referencia la intención clarificadora que motoriza en buena medida a la actividad filosófica. En Sócrates como en Platón, no menos que en Aristóteles, es clara la conciencia de la importancia que tiene la demarcación de los alcances y los límites de los vocablos mediante los cuales nos expresamos, tanto para la recta acción como para el pensamiento con vocación de verdad o de validez.

El alma, la valentía, la vejez, el amor, la inmortalidad, son sólo algunos de los temas abordados por Platón a lo largo de su obra. En La República su interés por la precisión, como principio teórico y como norma, se pone de manifiesto en más de un pasaje (1987: 86, 95). Lo propio puede decirse de muchos otros de sus diálogos. Momentos antes de internarse para siempre en el espejo tridente de la muerte, por ejemplo, se oye a Sócrates decir a uno de sus discípulos más cercanos: «es preciso que sepas, mi querido Critón, que hablar impropiamente no es sólo cometer una falta en lo que se dice, sino causar un mal a las almas» (Fedón, en Platoni dialoghi, 1976: 149). En la Apología también se lo puede escuchar pronunciarse en términos parecidos: «Dinos, Meleto: ¿por qué sostienes que yo corrompo a los jóvenes? ¿No es verdad que según la denuncia que presentaste los corrompo enseñándoles a no creer en los dioses de la ciudad y sí en extraños asuntos de genios? ¿No es cierto que afirman que los corrompo con esas enseñanzas?» «Con toda mi alma, eso es lo que digo». «Pues por esos mismos dioses a los cuales ahora nos referimos, háblanos Meleto, a esos hombres y a mí, con más claridad. Yo por mi parte no puedo saber si dices que enseño a creer en determinados dioses –en este caso también yo creo que hay dioses y no soy en modo alguno ateo ni es mala mi postura por ese lado–, pero no en los de la ciudad, sino en otros, y si tu inculpación queda reducida a eso, a que enseño a reconocer a otros dioses o si sostienes que yo no creo absolutamente en ninguno y enseño mi incredulidad a los demás» (1984: 36).En Sócrates y Platón la necesidad de usar el lenguaje con propiedad no es solo un asunto de hecho, como puede verse, sino que expresa un estado de conciencia. Con Aristóteles ocurre otro tanto y, en él, al igual que acontece con aquéllos, esta peculiar convicción, y el sesgo que introduce en sus respectivos quehaceres intelectuales, son constantes. Así ocurre al menos en sus obras filosóficas. Su entusiasmo con la propiedad en el uso del lenguaje es recurrente, y constituye un esfuerzo a todas luces consciente.