Un Llanto de Mujer

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Un llanto de mujer se escucha en mi cuarto
y no sé si viaja a través del cristal que lo atrapa
o es mi voz que anida en estas cuatro paredes…

Paredes que cobijan o apresan la orfandad de un cuerpo,
paredes que han visto el sudor impersonal de las caricias solitarias,
la frialdad de un cuerpo que quema silencios,
el desgaste de unos labios mordidos en la espera.

Y pienso en ese grito que habita en las calles
cuando todo se duerme en el abrazo.
Un grito que convoca a los pájaros nocturnos
y se suicida a diario contra el cristal de mi ventana.
Un grito que se deshoja en años
y descansa en las aureolas blanquecinas de una cama.

Un grito de mujer que se vuelve letanía,
que destroza los faroles y consume la sonrisa de los duendes,
que aprisiona la garganta de un poeta ebrio
y despierta la memoria de un viejo que todavía cree en los sueños.

Un grito que no es mío en las mañanas,
que no entiende la sinfonía del mar contra la roca.
Un grito que duerme en la mirada sorda del mundo,
y recorre conmigo las notas de mi diario.

Un grito que se consume en el alcohol obligado del recuerdo,
un grito que desespera,
que agijona
que desarma…

Un grito de mujer se despierta en la noche
y no sé si soy yo la que grito
o aquella que me habita cuando duermo.