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De tormentas, espejos y otros daños


Como duelen las tormentas en el alma,
las que agrietan la imagen matinal en el espejo
y envejecen las manos...
y arañan el rostro...
y nos arrancan el grito escondido en la almohada.

Esas tormentas que nos mojan con nombres ausentes,
que desdoblan la sonrisa infantil
y transforman las sombras en espectros.
Esas que llueven acidas y carcomen
piel,
carne,
huesos,
y te dejan desnuda...

Desnuda en ese espejo vivo
que todas las mañanas te muestran a quien no eres.

Espejos,
malditos espejos que me recuerdan a la mujer
que vive con mi nombre todo lo que me es negado.
Esa que descansa en el regazo de mi madre
y caza mariposas en una mirada amada.

Mujer que unas veces me mira y se burla.
Otras, deja caer una lágrima ante lo que soy.

Hay días en que intento tocarla,
romperle la alegría con mis venas...
Pero se escapa...
Siempre se escapa...
Y me obliga a caminar el mundo dividida.

A veces, en tardes frente al mar
me convenzo de que no es ella sino yo
quien tiene un nombre prestado,
quien desea el amor de un hombre que no es suyo
y busca la paternal caricia que no le pertenece.

Hoy,
hoy es uno de esos días.

Llueve, nuevamente llueve
y el sol esconde la tormenta en mis entrañas
y allí el furioso torbellino del presente,
y la certeza del adiós
y la afilada soledad...
Y el mar...
Los espejos...
Las tormentas...
Esa mujer...

y Alfonsina..Alfonsina que me llama...
Alfonsina que me acoge en su abrazo azul oscuro.

Las tormentas...
Las antiguas tormentas que ya no mojan mi rostro.