Hágame una listita

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Tomado de Revista "Ñ" Digital, sección Estante Maldito (http://weblogs.clarin.com/revistaenie-elestantemaldito/), escrito por Jorge Aulicino, poeta y periodista de Buenos Aires.

"Sistemas de lectura" es una manera de decir "canon". "Canon" es una palabra utilizada por el crítico estadounidense Harold Bloom quien escribió "El canon occidental". Y todo ello refiere a la lista de compras del que quiera saber cuáles son los escritores "verdaderamente" importantes.

Piglia nos dijo una vez cuando lo entrevistamos para esta revista: "Se trata sólo de guías de lecturas académicas". Restringió su uso al ámbito académico y no quiso relacionar la palabra con el ranking.

Ahora bien, ¿qué es un "sistema de lecturas"? ¿Y qué hacer entonces con los lectores proteicos, esos que leemos de todo, y peor aun, con los escritores que se multiplican como hongos? ¿Caerán como hongos no comestibles cuando se acerque la guadaña del canon, o del Sistema de Lecturas?
Esto por no preguntar sencillamente: ¿qué es un sistema de lecturas? ¿Uno que considere la literatura universal como una obra "en progreso" como quería Ezra Pound, y a un número de autores como conquistadores o descubridores o constructores imprescindibles? ¿Uno que se lleve por la afinidad de estilo? ¿Uno que elija a los escritores que mejor representaron su época y la tendencia "maestra" de su tiempo? ¿Uno que a juicio del lector seleccione arbitrariamente "a los que escriben mejor"? ¿Uno que nos ofrezca los autores que "mejor" definieron el alma humana? ¿Uno que junte a los más "revolucionarios"? ¿Uno que exhiba a los que mejor contengan "las contradicciones" del Sistema? ¿Uno que reúna a los que han sido peor publicados y menos frecuentados? ¿Uno que...?

Cualquiera sea la elección, se trata de unos a expensas de los otros. Todo sistema habrá de apoyarse en lo que niega.

¿Por qué no uno misterioso por lo aparentemente caprichoso?, como esa lista que algunas librerías electrónicas ponían al final de la presentación de cada libro: "Los lectores que compraron este libro también consultaron..."

Raúl González Tuñón vivía en el comienzo de la calle Amenábar y el comedor de su departamento en una planta baja daba a las vías del tren. Quien lo visitaba, se asombraba de muchas cosas: de ese cercano tren que evocaba los mágicos viajes de sus poemas; de que Tuñón se ponía el saco para recibir; de la modestia del departamento. Tal vez no se asombraba de que no había allí cosas asombrosas. Ni trabucos ni títeres ni viejas botellas ni relojes ni cajas de música... Ninguna de las cosas de las que Tuñón hablaba constantemente en sus poemas. Sólo había algún portarretrato, si recuerdo bien, y uno de ellos, o el único -si recuerdo mal- contenía la foto de Charles Baudelaire. Si uno la miraba, o aludía a ella, Tuñón decía: "El padre de los poetas modernos". El canon de Tuñón entonces tenía un único santo, un solo creador, un exclusivo fundador. Era un canon monoteísta y calvinista.

Tuñón no necesitaba citar a Walter Benjamin, a quien dudo hubiera leído, para demostrar que Baudelaire era el primer poeta de las ciudades cosmopolitas. No necesitaba acudir al concepto de "flaneur" ni al del aura perdida. Allí estaba su Santo Patrón, porque en él creía.

¿No será mejor así? ¿No sería mejor que cada uno eligiese su "punto de densidad infinita" y punto?
En una reunión de amigos, una de los circunstantes dijo que a su juicio Borges era el mejor. Hubo un silencio y al fin alguien preguntó: ¿El mejor... de todos? Asintió ella. Brevemente: relucieron todo tipo de nombres por género, de narradores y de poetas... Pero no hubo discusión: sólo enumeración, como si aquellas menciones de autores de un siglo y de todo el mundo encerraran, cada una, un punto de densidad infinita, un potencial big-bang.